Fue en Niza, en el corazón de la Costa Azul de Francia, un lugar cotizado y de ensueño para el turismo del mundo, lleno de gente por la celebración del 14 de Julio. Un camión a toda velocidad embistió a la multitud y mató decenas de personas.
Quien manejaba el camión fue abatido. Todo indicaba en los primeros minutos que se estaba ante un nuevo atentado terrorista. Otra singular manera de matar. Otra muestra de que el horror no termina, que sigue vigente. Este ejército irregular e indescifrable, ataca donde más duele, allí donde haya muchos inocentes, preferentemente de buen nivel adquisitivo, preferentemente turistas buscando el sencillo goce de unas buenas vacaciones. Así se siembra el miedo.
El presidente de Francia, Francois Hollande, había anticipado que levantaría el Estado de Excepción que regía en el país desde el último atentado terrorista, en París, ocurrido en noviembre del año pasado. No parece casualidad que se haya organizado otro ataque. Tampoco es casualidad la modalidad: una manera sencilla de matar mucha gente. Como los aviones en las torres gemelas. Ideas macabras que no obstante encuentran cauce en la afiebrada mentalidad del terror.
Se contaban los muertos todavía. Se hablaba de 60, de más, de heridos, de otros intentos de atentado o atentados realizados. Era el terror en la noche, cuando en Argentina apenas pasaba media hora de las siete de la tarde, cuando una vez más se introdujo el espanto, cuando una vez más empezamos a discutir si vale lo mismo un atentado aquí que allí, con esa ingenuidad ideológica que nos distingue, y ese resentimiento oscuro que nos sacude y de alguna manera nos atrapa en la irracionalidad.